Deberían prohibir
la sección de efemérides en los diarios,
deberían detener
a sus directores y esposarlos y encerrarlos
en las peores mazmorras,
deberían azotarlos y enviarlos a galeras:
¿Cómo voy a controlar la temperatura de los fideos
si estoy pensando que ese mismo día
Napoleón ganó la Batalla de las Pirámides?
¿Cómo puedo acordarme de llamar a Elisa
si no se me va la imagen de Marco Antonio
tras la derrota naval contra Augusto?
¿Cuándo abriré la puerta al cartero
si hoy se cumple el aniversario
de la muerte en la hoguera de Juana de Arco?
A los treinta y cuatro años,
uno prefiere evitarse las preguntas que te descubren
lo cortas que son las antenas de nuestra felicidad.
Mirar de reojo a la vecina,
comer el pan por las puntas,
concluir el puzzle de África
o comprar ese cenicero dorado
son pasatiempos aconsejables para salvarse
de la peligrosa tentación de ser sincero.
Pero abres el diario,
y al encontrar en la sección de efemérides
a Bob Beamon elevándose hasta los 8’95 de longitud,
a Julio César apuñalado por Bruto ante el teatro Pompeyo,
a Quevedo huyendo de Venecia disfrazado de mendigo,
a Nadia Comaneci a punto de lograr su primer diez,
a Mariana Pineda gritando por su libertad maculada,
a De Gaulle acompañado de su ministro Malraux,
a Luis XVI caminando despacio hacia el cadalso,
a Danton y su audacia y audacia y más audacia,
te ocurre que sube tu temperatura,
te llega la fiebre roja y las manos sudadas,
te salta la tecla CONTROL de la madurez
y cierras el diario de golpe
y tienes la mirada perdida y los ojos blancos
y te vas del café sin esperar las vueltas
y vuelves a soñarte heroico invicto innumerable
y caminas por Doctor Ezquerdo
con las cejas del lobo y las garras del leopardo
y vives unos momentos de felicidad intensa
que se van apaciguando y apaciguando
y apaciguando
y apaciguando
hasta que desaparecen cuando alcanzas
el número 10 de Catalina Suárez,
de forma que al subir las escaleras
y llegar a la salita de tu piso de alquiler
ya eres de nuevo
el mismo hombre corriente
el mismo hombre resignado
el mismo hombre disminuido
con la sola diferencia
de que ahora te hallas sin huida posible
ante la única realidad
de tu vida de miércoles
tu cara de miércoles
y tu miércoles sin futuro.
caja desastre con trozos que ha ido "olvidando" el poeta neorrabioso Batania por la red y surgida de un impulso espontáneo tras la vigésimoquinta vez que este poeta ha decidido eliminar sus blogs y para ahorrarme un nuevo disgusto.
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