Los tres hombres que lograron matar a Batania


UNO El fisioterapeuta me prohibió las mujeres para evitar recaídas en mi alopecia, pero no pude sustraerme a sus tacones de labios ni sus pupilas de aguja: aquel escote sin caimanes me hirió en todos los almendros. En la primera cita, sin embargo, sus constantes alusiones a sí misma, su altanería al comer las cigalas, sus comentarios laudatorios al fútbol de Leo Messi y, finalmente, su odio visceral a los vascos, los pederastas y los novelistas, me hicieron comprenderlo todo: aquella mujer era Batania. Sin decir palabra, le clavé el tenedor en los ojos y le asesté un golpe certero en el centro del yo. Al día siguiente, las portadas de los diarios me sacaban con una manzana en la boca mientras el alcalde me entregaba las llaves de la ciudad. Las entrevistas se suceden desde entonces, los butaneros me piden autógrafos por la calle y las abuelas me regalan triciclos. Mi vida se ha vuelto un elefante: a veces me arrepiento de haber matado a Batania.


DOS En un sólo día perdí el autobús por seis grados en la escala Ritcher y mi novia se puso lentillas de chocolate. Aquello era una señal, por lo que me uní a Batania y me hice neorrabioso. Al principio todo fue bien, pero a medida que triunfábamos sobre los poetas cursilíneos,Batania comenzó a dar muestras de megalomanía: cerró los comentarios de su blog, se puso un despacho particular tirado por tres corceles blancos y comenzó a acudir a los recitales con un limón en la mano. Una tarde, cuando el reloj olía a palomas de plástico, me hizo un aparte y me confió su gran proyecto: refundar la Tierra y llamarla Batania. ¡A tal punto aquel hombre bueno se había vuelto un ebrio de sí mismo! Horrorizado ante la propuesta, lo delaté ante sus discípulos, pero ninguno me escuchó: llenos de reticencias, me acusaron de envidioso y de vestirme de ciclista por las noches. A partir de ahí, la historia es triste: el día del asesinato, a pesar de todos mis cálculos, mi magnum 23 se encasquilló en el momento más inadecuado; para matarlo hube de recitarle a la cara tres poemas de Gamoneda. Aquel error tuvo consecuencias funestas para mí: aunque el asesinato de un poeta sólo se penaba con dos años de cárcel, uno menos que por matar a una vaca, el juez me impuso otros treinta por la agravante cruel de Gamoneda. A la hora en que escribo esto, la obra de Batania es materia de examen en todas las universidades panhispánicas, los homenajes se suceden y su estatua en bronce preside la Biblioteca Central Hispánica. ¡La muerte lo convirtió en un mito! ¡Triunfaron los manejos de aquella rata! Han pasado veinte años y mi celda está cubierta de gafas: ni los tucanes ni los murciélagos me dejan conciliar el sueño.

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TRES Soy un hombre de costumbres frugales; ni los lápices de colores ni las caderas de los coches metalizados me hacen perder la cabeza. Por qué el presidente me encomendó la tarea de limpiar la nación de Batanias, eso nunca lo he sabido. Comencé por hacer un catálogo: elBatania de las siete y cinco de la tarde y el Batania de las siete y seis fueron los primeros. Más tarde agregué el Batania que se asombra de los buzones y las veintisiete gradaciones que van del Batania que ama a Iratxe al que la odia. Al octavo mes di por concluida la colecta: el número de Batanias alcanzaba la cifra de 76.563. A partir de ahí procedí con astucia: publiqué un anuncio en los diarios para elegir al peor poeta del mundo en el estadio Bernabéu; entendí que sólo una llamada así lograría unir a vanidades tan retorcidas. No me equivoqué. El día fijado, todos los Batanias panhispánicos fueron compareciendo en el Bernabéu. El ejército estaba avisado; a la sola mención de la palabra patinete, dispararía contra la multitud neorrabiosa. Sin embargo, un minuto antes de que pronunciara la orden, sucedió un imprevisto: los miles de Batanias congregados comenzaron a matarse los unos a los otros. ¡Todos se tenían por el únicoBatania! ¡Cada Batania odiaba de forma feroz a los demás Batanias! En una hora se habían exterminado sin que hubiéramos de gastar un solo tiro. De lo que sigue no me gusta hablar: ya he dicho que soy hombre de costumbres frugales. No diré una palabra de las condecoraciones, las ensaladas de frambuesa ni los monopolys con los que nos recompensaron. Sí me gustaría agradecer al equipo olímpico de rugby y sus gatos de triple maullido su labor desinteresada en los trabajos de catalogación: sin ellos esta hazaña no hubiera sido posible.
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