nueva aguja de navegar cultos




UNA. Escribe en prosa. Digo prosa y quiero decir novela. Olvídate de los cuentitos y los ensayitos que son muy requetebonitos pero que no te darán dinerito. Aprovecha cualquier ocasión, sin embargo, para proclamar a los cuatro vientos el fin de los géneros y di, aunque tu prosa sea un endriago y tengas menos oído que el lápiz de un carpintero, que en el fondo de ti habita un poeta. Pero nada de versos, ¿me oyes? Acuérdate de Celaya, que murió abandonado y hambriento, sin una triste lata de aceitunas que sacar a las visitas.

DOS. No leas. El escritor que se precie nunca lee; lo que hace es releer. Tampoco digas cuántas veces te has leído una obra, y si te aprietan, asegura que han sido tantas que te la sabes. Si algún pájaro te pone una trampa y te pide que le recites alguno de tus párrafos favoritos, pon gesto de cansancio y di: “Basta, odio la pedantería”. Que no te pase lo que a Juan Manuel de Prada, cuando proclamó, muy ufano, que se estaba leyendo por tercera vez las tres mil paginillas de En busca del tiempo perdido. “¿Tres veces?”, le respondió Elvira Lindo, indignada, “¿Sólo?”. Mira bien lo que le ocurrió a Cela, cuando declaró que nadie en España había leído tanto como él, que se calzaba 180 libros anuales. Sánchez Dragó, que seguía atento la jugada, le puso los pavos a la sombra: “Pues yo nunca bajo de 500”.

TRES. Firma todos los manifiestos, pero jura que nunca firmas manifiestos; acude a todas las entrevistas, pero mantente firme en tu posición de no conceder entrevistas; aférrate con uñas y dientes al mercado, pero di que te mantienes al margen y denuncia sus pasteleos; acude a tertulias y bares de escritores, pero jura que la soledad es tu único monacato; asegura con solemnidad que la novela ha muerto, pero escribe novelas sin ningún rebozo; critica los premios literarios, (cáncer del sistema, todos amañados), pero preséntate a todos los que puedas. Imita a Sartre, que se negó a recoger el Nobel, pero después envió una montaña de cartas para que los suecos le dieran las coronas. “Me negué al premio...”, decía, entre digno e incorruptible, “pero no al dinero”.

CUATRO. Persigue a los medios como alma que lleva el diablo, y ten a mano las conclusiones del informe de Igor Espabiladovski, rector de la universidad de Cracovia, que repartió mil puntos a los medios según su grado de influencia. He aquí sus resultados: radio, un punto; diarios, un punto; revistas especializadas, un punto; internet, un punto; televisión..., 996 puntos. Miente, roba, mata, di que te has hecho budista, o que eres homosexual, o de Al-Quaeda, o pederasta, o todo a una: la mayor locura estará justificada si logras una entrevista en televisión. Cuando la tengas, no lleves camisa a rayas, haz el payaso a cada minuto y préstate a todas las estupideces que te exija el guión. Recuerda que todo se le permite al escritor, salvo que se comporte como una persona normal.

CINCO. Nunca digas que te gustan Stevenson, Austen, Melville, London, Swift, Dumas, Balzac, Twain, Dickens o Galdós; en todo caso, reconoce que fueron un bonito pasatiempo cuando tenías trece años. Flaubert, Proust, Kafka, Joyce, Woolf o Faulkner son nombres que debes pronunciar a todas horas, con independencia de que alguno de ellos te parezca un coñazo, o de que te haya sido imposible terminar muchas de sus obras. Respeta la siguiente regla infalible: si de un libro no entiendes ni jota, estás ante una obra maestra. Elogia sin medida a los escritores que empiezan las historias por el final y siguen por el medio y continúan vete-a-saber-por-dónde. Si además, juegan caprichosamente con el tiempo y el espacio y cambian de narrador tres veces por minuto, hasta convertir la novela en el laberinto del Minotauro, quítate el sombrero y exclama: genio habemus! Ama la oscuridad sobre todas las cosas. Anota que Joyce, después de terminar ese prodigio de sencillez que es el Ulises, declaró que había metido ex profeso tantos rompecabezas en el libro que esperaba tener atareados a los críticos y a los profesores de literatura hasta el fin de los siglos. O que Carlos Fuentes, al publicar Terra Nostra, declaró que la había escrito con la intención de que nadie en el mundo pudiera leerla, y que pensaba modestamente que lo había conseguido. Un poco más tarde esa obra ganaría el Rómulo Gallegos. ¿Que no te lo crees? Pues creételo y abre los ojos, que asan carne. Ah, y no se te ocurra decir que lees a Coelho, Pilcher, Vázquez Figueroa, Ana Rosa Quintana y esos engendros azucarados que te suelo ver entre manos. ¿Qué? ¿Que si puedes decir que tu pasión juvenil fueron Los Hollister? Absolutamente prohibido, ¿me oyes? Pro-hi-bi-do.

SEIS. Nunca digas que te gusta El Quijote, o Ana Karenina, o Cien años de soledad, oCumbres borrascosas, o Los miserables, porque son lugares comunes que no prenuncian la inteligencia superior que se te supone, y tú eres enemigo de los lugares comunes. Frente alQuijote, lamenta la postergación de La Galatea, obra a tu juicio superior, o di que lo mejor de Dostoyevski es su correspondencia. No te olvides de reivindicar a poetas menores y alguna joya desconocida del siglo XVIII. Date el pisto de leer a escritores secretos, a los que llamarás, con mucha solemnidad, “escritores de culto”. Emplea mucho las palabras “rescatar” o “injusticia”: hay que rescatar a mengano; se ha cometido una injusticia de siglos con Marmolillo Pérez, poeta muy por encima de Quevedo, etc., etc., etc.

SIETE. Alaba a los muertos y detesta a los vivos. Valle llamó “garbancero” a Galdós; Bergamín dijo que Lorca se lo tenía muy creído; Bretón insulta a Claudel; Gómez de la Serna tacha a Benavente de “flordelisado pirrimplinplin”. Incrementa tu odio a medida que los escritores vivan más cerca de tu localidad. También te recomiendo no citarles, o hacerlo con un pequeño error en su apellido, como Cela, que a Torrente Ballester lo llamaba Torrente “Ballesteros”, o como Borges, que, preguntado por Antonio Machado, respondió: “¡Ah!, ¿pero es que Manuel tenía un hermano?”

OCHO. Reniega de los políticos. Alaba a Castelar, Costa, Azaña y Besteiro, grandes oradores que hacían de la palabra un arte, y no los de ahora, que sólo rebuznan. Pronunciarebuznar con mucho asco, que es de mucho efecto. Denuncia al poder, pero hazte su pensionario. Sigue con disciplina las encuestas de intención de voto: sería una pena que por descuidar un detalle así eligieras a uno de los partidos que acabe en la oposición. Aprende como un nuevo catecismo los siguientes consejos útiles: si estás en Euskadi, fustiga el centralismo madrileño; si estás en Catalunya, pide de una vez el Nobel para un autor en catalán; si en Valencia, posa con una naranja; si en Madrid, muestra tu pulsera de apoyo obligatorio a su candidatura para Los Juegos Olímpicos de 2020.

NUEVE. Plagia a destajo. Prefiere ante todo a los muertos, que no tienen a quien les defienda y nunca dirán esta boca es mía. Si te cogen en una trampa, haz como Lucía Etxebarria o Luis Racionero, que alegaron que lo suyo era “intertextualidad”. Recurre a la socorrida frase de Borges, según la cual todas las metáforas posibles se han escrito alguna vez. Si quieres más seguridad, entra en la página web de las obras ganadoras en elQuincuagésimo tercer concurso de novela Memetu Sese Soko en Guinea Ecuatorial: allí copiarás a tu gusto sin necesidad de freno de mano. También puedes plagiar sin miedo a Tácito, Onetti o Faulkner: todo el mundo dice que se los ha leído, pero yo te aseguro que no hay tales carneros.

DIEZ. Sé valiente. Alardea de independencia, di que escribir en España es llorar, muéstrate contra todas las dictaduras, contra todas las formas de injusticia, pero, ¡ojo!, sólo con la puntita... Recuerda que Salman Rushdie fue sentenciado por los integristas, Dostoyevski deportado a Siberia, Wilde y Quevedo encarcelados, Ovidio desterrado, Sócrates condenado, Cicerón decapitado, Lorca fusilado... Más que ser valiente, se trata de hacer de valiente, que es lo mismo, pero mucho mejor.

ONCE. Sólo existe lo que tiene nombre. Recuerda que los chinos disponían muchos siglos antes del invento al que puso su nombre Gutenberg; que Marconi robó a Hertz la paternidad de la radio; que aunque los vikingos fueron los primeros que llegaron a América, y Colón la redescubrió en 1492, el continente no se llama Vikingia ni Colombia, porque un tal Américo Vespucio anduvo más despierto. Sigue los pasos de Tom Wolfe, ese pedazo de artista, al que se le ocurrió la genialidad de crear El nuevo periodismo, ante el asombro de los que ya lo hacían 150 años antes, y ellos sin enterarse. Si escribes un mamotreto infumable y te das cuenta de que nadie en sus cabales podrá hincarle el diente, fínchate como un pavo real y puntualiza que estás experimentando dentro de una línea de tu propia invención. Bautiza el movimiento como “neomegapostmodernismonovísimo” u otro terminacho de esa laya: al instante te saludarán como a un nuevo Beckett.

DOCE. No te suicides. Aunque sólo así llegó a la cima el autor de La conjura de los necios, y ha revestido de un aura maldita a la Storni, Woolf, Hemingway, Plath, Maiakovski, Séneca, Mishima, Lugones, Larra y otros, hoy en día no hay que exagerar tanto para llegar a la inmortalidad. Los románticos exaltaron el suicidio, pero Lamartine alcanzó los 77 años; Chateaubriand, 80; Goethe, los 82, y Victor Hugo, los 83. Toma ejemplo también de Cioran, que se pasó la vida explicando que el suicidio era la única salida digna a esta perra existencia. Tan convencido estaba, que nos lo repitió una y otra vez hasta la modesta edad de 84 años.

TRECE. Lee con fruición las reseñas de los libros. Si sabes que el ladrillo va de un guerrero llamado Eneas que huyó de Troya y tras innumerables vicisitudes dio a parar en Italia para fundar una ciudad que después se llamaría Roma, ¡felicidades, tío!: ya puedes presumir de haberte leído la Eneida. Si te la lees de verdad, quizá te enteres de menos. Hazte con libros como La cultura. Todo lo que hay que saber, de Schwanitz; El mundo de Sofía, de Gaarder;Tres horas en el Museo del Prado o La historia de la humanidad en 500 palabras, de D’Ors; o El arte de tener razón, de Schopenhauer, junto con recopilaciones de máximas de Cicerón, Séneca, Pascal o La Rochefoucauld: parecerá que has aprendido en unas horas materias a las que otros han dedicado toda su vida. Ten a mano un manual de citas en latín y francés: utilízalas a discreción sin traducirlas y sin preocuparte en desenredar el sentido y el contexto en que fueron dichas.

CATORCE. En las tertulias, no seas membrillo al comentar las obras de tus colegas. Nunca digas que los personajes te parecen postizos, que la historia no te ha calado, o que el final era previsible. Te tomarán como a un cenizo que aún no ha llegado a Proust y sospecharán que lo tuyo son (¡horror!) las novelas de planteamiento, nudo y desenlace, en el plan de Victor Hugo, Jane Austen, Stendhal, Steinbeck y otros autores ya superados. Si dices, en cambio, implado de orgullo, que la novela pertenece a la corriente empírico-realista galonipona, y que el tratamiento psicológico-deconstructivo de los personajes le acerca a la metempsicosis conductista de la escuela saboyana del siglo XVI, al instante te considerarán un nuevo Aristarco y podrás escuchar los comentarios que a tu lado, en voz baja pero con la intención de que le oigas, le dice un maromo a otro: “No hay quien le coja en un renuncio. Es un libro abierto. Se lo ha leído todo”.

QUINCE. Renueva tu vocabulario. No escribas soledad, sino torre de marfil; no inspiración, sino musas; no desnudo, sino traje de Adán. Que todas tus risas seanhoméricas, todas las situaciones kafkianas, todas las magdalenas proustianas, todos los bajos fondos dickensianos. Cita a todas horas el mito de la caverna y la biblioteca de Babel. Cualquier reunión es buena para colar una cita de Borges: si no te viene ninguna a la mente, cámbiala por alguna de tu tía Enriqueta, la loca, diciendo que es de Borges. Nadie se dará cuenta, y seguro que la frase será mucho más sensata.

DIECISÉIS. Sobrepronuncia los nombres extranjeros. No te importe equivocarte al decirTeren Mos, Rosa Regar o Pere Gimferrero. Tampoco al decir Bernardo Saratxaga, JosebaSarriosandía o como dios se llamen esos autores periféricos que se ponen esos apellidos sólo por tocar las narices. Ninguno se molestará, y si se molesta, acúsalo inmediatamente de provincianismo y estrechez de miras. En cambio, si te encocoras y sacas toda tu pirotecnia para decir “Balsak”, “Rimbó”, “SSSatebrián” y, sobre todo, no Toni Blair, a lo paleto, sino Tony “Blerrrrrr”, quedarás como un políglota irrefutable. ¿Qué? ¿Que si Unamuno aprendió sus dieciséis idiomas así? No, no exactamente, pero tú calla y apunta, que no eres Unamuno.

DIECISIETE. No acudas a talleres literarios. Son sólo una cueva de ladrones que se aprovechan de la ambición de la buena gente para desnudar sus bolsillos. En todo caso (que esto quede entre nosotros), te aconsejo el taller “El vestido nuevo del emperador”, del que soy codirector, y que supone una nueva forma de entender la enseñanza literaria. En este taller aprenderás todo lo necesario para convertirte en escritor al módico precio de 1500 euros mensuales. Preparamos a nuestros alumnos para el Premio Planeta. Regalamos, al pagar los 3000 euros de la matrícula (precio simbólico), nuestro libro de cabecera “Cómo convertirse en escritor en 57 minutos y sobra tiempo”, de Vasily Quejetasov.

DIECIOCHO. Creáte una imagen. Homero y Borges ganan puntos con la ceguera, Cervantes y Valle sacan partido a su manquedad, Nabokov caza mariposas, Delibes perdices rojas, Gala acumula bastones, Balzac come manzanas, Cela aspira litro y medio de agua con el culo, Umbral tira a su piscina todos los libros malos, Wolfe siempre escribe vestido de blanco. Creáte manías, supersticiones, invéntate una infancia terrible. ¿Que no tienes ningún defecto físico vergonzoso, alguna hermana puta o una enfermedad incurable? Qué lástima. Pero... ¿no me dijiste que te operaron de fimosis cuando tenías siete años? ¿Qué? ¿Qué saliste tan campante el mismo día del ingreso? Da igual: di que tu vida corrió peligro, que entraste en coma, que estuviste a punto de morir. Que cuando saliste del quirófano le prometiste a San Robustiano, patrón de los paniaguados, al que te habías encomendado, que te harías escritor, que serías más grande que Shakespeare. Nunca dejes que la verdad se interponga en tu camino.

DIECINUEVE. Busca el escándalo. Haz como Lorca y Alberti, que frotaban sus pollas contra las paredes de los tranvías, o se iban a mear a las puertas de la Academia; o como Maeztu, que convocó a la prensa para demostrar cómo cruzaba a gatas la Puerta del Sol; o como Allen Ginsberg, que ofreció desnudo un recital de poemas. No te importe que tus declaraciones sean estúpidas, siempre que sean explosivas. El ejemplo a seguir es Sánchez Dragó, que amenazó a los andaluces con no pisar Andalucía si volvían a votar al PSOE; y llamó analfabetos integrales a los que leían el Marca. Cela, otro del mismo paño, dijo una vez que sus tres animales favoritos eran el perro, la mujer y el caballo, por este orden, y más tarde recomendó, con toda la barba, que se prohibiera el voto a las mujeres gordas, dándoles a cambio una hamburguesa. Cuando al día siguiente los futboleros, los andaluces y las mujeres, gordas o flacas, en justa retribución, te monten una buena zambra, convoca a los medios y di que eres víctima de una conspiración en tu contra. Utiliza mucho estas expresiones: “caza de brujas”, “ajuste de cuentas”, “campaña orquestada”, “chivo expiatorio”, “cabeza de turco”... Si no es suficiente (que no lo será, y eso tú, viejo zorro, lo esperabas como agua de mayo) cierra el asunto con esta frase lapidaria: “La envidia es el deporte nacional de España”. No se te ocurra decir, por supuesto, que esa frase, traducida, es la misma que emplean los franceses para definir el deporte nacional de Francia, y los italianos el de Italia, y los alemanes el de Alemania, y así hasta el infinito.

VEINTE. Di que la posteridad te hará justicia, y saca a colación los nombres de Kafka, Lautréamont, Bécquer y Van Gogh, genios incomprendidos, muertos en el anonimato. Es un recurso muy goloso al que acudirás con mayor frecuencia a medida que pasen los años y aumente el número de tus fracasos. Es probable que algún bicho infecto te insinúe que por cada genio sin descubrir que se fue a la tumba, hay mil que murieron amenazantes con la matraca de que la posteridad les repararía, y van pasando los años y los siglos y la posteridad sigue sin hacerles caso. Si alguien te sale con eso, hazte el distraído.

VEINTIUNA. No arriesgues. Ten en cuenta que por cada Pedro Páramo genial que sale al mercado, hay cinco mil pseudokandinskis que se descuernan para no volver a levantarse jamás. Echa un vistazo al genio del momento y compra papel de calco. Tienes que García Marquezarte, Kunderarte, Saramagarte, y dejar en tu novela los suficientes cabos sueltos para, en caso de que suene la flauta y tengas éxito, tirar del hilo y hacer su correspondiente continuación. En esa misma línea, te recomiendo que optes por las trilogías o pentalogías. El editor es el amo de la burra: apúntalo como si fuera el primer mandamiento. Si Cervantes viviera ahora, su editorial le obligaría a resucitar a Don Quijote para escribir otras 37 secuelas. ¿Te imaginas al pobre hidalgo, con 120 años y superadas ya nueve trombosis, después de luchar contra 15 vizcaínos del PNV, 19 parques eólicos y 21 toros de Osborne?

VEINTIDÓS. Sí, ya sé que tienes que escribir un libro, pero tranquilo, que eso es lo menos importante. Si observas a pies juntillas esta Nueva aguja de navegar cultos que te estoy dando, y logras ser a la vez conservador y revolucionario, prudente y osado, maudit y cadáver exquisito, antiguo y moderno, Zapaterista, Rajoyista y Juancarlista, cojo, ciego, jorobado o manco de los dos brazos, lector empedernido de engendros para diabéticos, terrible esgrimista verbal, origen de innumerables escándalos, excéntrico, borracho para escupir en la mano que te da de comer y sobrio para volver a ella a pedir sopitas, fustigador de best-sellers, odiador profesional de novelas-río decimonónicas, políglota de los de Blerrrr, autista, maníaco, histriónico, ciclotímico y raro de cojones, yo te aseguro que el libro vendrá por sí solo. Creado el personaje, tú podrás limitarte a poner la firma porque... ¿quién te ha dicho que el libro lo tengas que escribir tú mismo?
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