Alberto Basterrechea ha muerto

El deceso ha sorprendido a todos.
Unos dicen que fue la rabia,
otros que la Belleza lo mató
con un certero ramo de adelfas.
(Pues él confundía la Belleza
con la Justicia, él confundía
la Belleza con la Verdad, él
confundía, confundiendo, confundido).

En su habitación se halló un manual
para fabricar bombas de alegría.
Y en la mesa un pequeño diccionario
con todas las palabras tachadas
salvo la palabra “más”.

En el funeral por su memoria,
su madre reunía lágrimas de cartón
para su mar de azul y juguete:
“Era muy bueno,
hasta le gustaban los limones,
pero un día comenzó a leer libros...”

Comenzó cultivando los metros clásicos,
pero un sábado de tormenta,
cuando vio un alazán al galope,
arrojó su cuaderno y dijo:
“Mi ritmo será el ritmo del caballo”.
(Fue su último endecasílabo).

En los últimos tiempos
fue presa fácil de la vanidad.
Enamorado de sí mismo,
se subía a las mesas y gritaba:
“Voy a fundar el error más grande
y de las prímulas Iratxe la más alta”.
(Pues creía que las pasiones se inventan,
que la vocación se puede empezar
como se empieza un vino o un amor).

Se reía de los poetas
que no deseaban llegar a Lucrecio:
para él, aprender a soñar
era el verso más importante.
Así se hizo muchos enemigos,
pero siempre le parecían pocos.

Demasiado ignorante para sabio,
demasiado sabio para poeta,
su vida transcurrió en busca de un motivo
(por todas partes buscaba a Faetonte,
la Antigua Persia de Espartaco,
la Nueva Francia de Nabuco).

Escribió contra Dios.
Contra la familia.
Contra la patria una.
Contra la patria otra.
Contra las patrias.
Contra El Corte Inglés.
Contra Carrefour.
Contra el BBVA.
Contra Caja Madrid.
Contra la editorial Planeta.
Contra Mariano Zapatero.
Contra Rodríguez Rajoy.
A la salida del sepelio,
un conocido declaró:
“Se ha muerto en el momento justo:
se le habían acabado los contra quién”.

Descanse en paz este hombre.
Ya no tenía nada que decir.
Su vida fue un meteoro de sombras
y su letra una ortiga sonriente.
Llegó, vio y perdió. Y aún se cuenta
que en sus últimos momentos
balbuceaba una extraña palabra,
Cabania o Tabania o algo así, quizá
Batania.

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