Un caracol para Roxana


Llevaba ochenta días
persiguiendo su cráneo ateniense,
pero ella era más rápida.

En un recodo rojo del camino,
a punto de rendirme,
grité desesperado:
¡Atalanta, atrévete,
yo seré caracol, tú caracola!

Yo seré caracol. Tú caracola.
Tal mi ardid, mi caballo de madera.

Desde entonces, de nada
le sirven sus motores polinesios,
pues yo vuelo con una letra menos
y la atrapo febril todas las noches.
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12 de mayo de 2008